Un niño nace en Lima para despertar la alegría en un lugar inusual donde armar las fiestas de cumpleaños y de Navidad: el hospital. Él es el menor de cuatro hermanos y el día de su nacimiento, el 21 de mayo de 1970, sus padres Nilda y Percy, saben que ningún diagnóstico detendrá los pasos de su pequeño Miguel. Sus hermanos mayores Hugo, Juan Carlos y Daniel sostienen este propósito familiar. Miguel aprovecha cada hospitalización, las más de veinte operaciones y las numerosas terapias físicas para leer y para dibujar una sonrisa en los niños que como él, lidian con un cuerpo que no acompaña sus deseos. Miguel, de la mano de su madre, avanza y contra todo pronóstico médico: gatea, camina, baila y maneja, quebrando el asfalto a toda velocidad, siempre hacia el mar. En el camino, aprende a tocar varios instrumentos, pero será la guitarra la que se convertirá en su confidente y cómplice para cantar al amor y a la vida.
En la Pontificia Universidad Católica del Perú, Miguel se formó como psicólogo clínico y educador; además en sus tiempos libres fue músico, compositor y arreglista. Fueron años de mucho crecimiento, pero sobre todo de sembrar amistades para toda la vida. Una de sus amigas recuerda que la primera vez que lo vio fue: «en un bus atestado de gente para ir a la universidad, de pronto un muchacho con el cabello leonino logra saltar al último escalón, se aferra al agarra manos cual si fuera un micrófono y empieza a cantar. Su canto extasiado, como si fuera la estrella de un concierto, nos acompañó todo el camino».
Como profesional, su mayor legado, lo brindó a la Asociación de Espina Bífida e Hidrocefalia (Asesbih). Ahí, llevó aliento y una sonrisa a los niños, a los adolescentes y a sus padres; mientras, como director buscaba incansablemente fuentes de financiamiento para el Centro de Terapia Física y para pagar las cuentas del alquiler, agua, luz, terapeutas, etcétera. Y, cuando las donaciones anónimas no alcanzaban, entregó también sus ahorros. En su familia Asesbih Perú lo recuerdan así: «Miguel era un hombre de caminar lento, pero de paso firme; bastaba mirarlo, para llenarnos de energía, de esperanza, de vida. Era nuestro ejemplo de superación; de que todo lo podemos lograr con paciencia, con fe, de a pocos. Nos enseñó que «querer es poder», que, si él podía, el resto también podía. Miguel tocaba la guitarra y la habitación se llenaba de canto, de alegría”.
Como recuerda su hermano: «Miguel tocó a muchas personas con su generosidad y talento, transformó vidas. Sus limitaciones físicas fueron el impulso que le permitieron conquistar varios Everest, sin bajar los brazos». Él siempre estuvo enamorado y agradecido con la vida. Su último sueño era celebrar sus cincuenta años en una gran reunión con amigos y familiares, la pandemia y la calcificación de sus arterías que fue inmovilizando su cuerpo el último año, frustraron este deseo. Una infección incontrolable finalmente lo liberó del dolor el domingo 11 de abril, dejando su luz en quienes lo conocieron. «No te has ido Miguel, sigues con nosotros».
Elaborado por:
Daniel Torres
Lupe Jara
María Rosa Chaparro
Haydee Oblitas
Susana Matías
Cecilia Ramírez
Paulo Rivas
Renzo Montani
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